28.2.12

Invierno.

Yo no te echo de menos pero. La cama está fría, Coruña está fría y no sabes lo pesadas que se ponen por la noche preguntando que cuándo vienes. Las toallas se niegan a secarme a mí solo, el espejo del baño dice que estoy más feo desde que tú no haces el tonto desnuda a mi lado y el ventanal del salón echa de menos tus miradas. Las puertas no pueden vivir un segundo más sin tus portazos, mi espalda se ha acostumbrado a tus uñas y los gatos que no tengo maúllan por la noche a los gatos que tú no tienes. La estantería echa de menos tus libros y mis libros a tus prólogos. Las pelusas de debajo de la cama piden ver pies con uñas pintadas de vez en cuándo y las humedades del techo se sienten solas al ser las únicas que se producen. Este hueco de mi lado tiene tu forma y tu nombre, la almohada te nombra y las sábanas que te gustan todavía se ponen tu perfume en noches especiales. En noches como ésta, que coruña está fría, su cama está  fría, Coruña se queja y nos pide que volvamos con la pólvora.

Pero yo no te echo de menos.


24.2.12

Todos los caminos llevan a Ítaca.

Los muelles de la cama sonaban como grillos de conciencia. No botabas como ella, ni decías joder en el mismo tono, ni manejabas el arte de introducir suspiros entre respiraciones entrecortadas. Había cortes de cobertura, tú tan cerca y tan lejos, ella tan lejos y parecía que era la que estaba allí encima de mí entrando y saliendo, aunque sin salir nunca del todo en realidad. Podía ver su forma de recogerse el pelo, que no era la tuya, su sonrisa dibujada encima de tu cara, sin encajar ni un solo diente en la ecuación, podía ver su forma de mirar hacia arriba desde el suelo, sonreír y seguir, aunque tú mantuvieses los ojos cerrados todo el tiempo. Pinté de marrones tus azules mediocres, metí los dedos en el pelo en busca de rizos ausentes, porque no hacía más que respirar ausencia, su ausencia estaba en el aire, podía ver sus susurros en tus gritos, podía verla en cualquiera de tus vacíos aunque tú te empeñases en intentar llenarlos.

Al dormir, ni roncaste ni me diste calor excesivo, ni vueltas en la cama, ni pies fríos en las piernas para calentarte con puro egoísmo, tanta falta de imperfección me daba ganas de vomitar, hubiese pagado porque se te hubiese escapado un pedo, un eructo, un arrebato de irte en medio del polvo, un reírte de mi cara al correrme, un algo que te hiciese odiarte por un solo momento para que te pudiese amar en cualquier otro. A la mañana trajiste el desayuno a la cama y eso ya no lo pude soportar; quién eras para cocinar bien, sin tener que temer por el estado de mi cocina cada vez que la pisases, quién eras tú para no ponerle orégano a ese sandwich, quién eras tú para tener buen aliento recién despierta, quién eras tú para llenar de migas su cama, que no es mía ni de nadie más porque ninguna ha podido sobrevivir todavía a la comparación con la chica imperfecta de la decepción a primera vista. ¿Quién eras tú? No tengo ni idea, pero sí sé quién no eras y con eso me sirve.

23.2.12

Ítaca en llamas.

En el laberinto. Tú por un lado y yo por el otro. Por si no fuera lo bastante complicado con uno solo buscando y el otro en el centro. El centro cambiando de sitio a cada segundo. Ya no dos Penélopes, ahora dos Ulises. Los caminos cambiando cada día y las brújulas que indican nuestro camino al norte averiadas por vivir en un continuo Coruña. En las antípodas. Tú por un lado y yo por el otro. Escavando cada día nuestra parte de tierra con cucharilla de plata por no querer ensuciarnos las manos con la pala pero sin querer encontrarnos para no morir abrasados en el centro de la tierra. En un continuo buscar para no encontrar, como todo lo contrario que nosotros hacemos, porque en realidad nacimos en el centro e intentamos escavar para volver a encontrarnos en un lugar en el que el calor no nos mate, sucios de tierra hasta las orejas. Imperfectos pero factibles. Quizá moriríamos sin calor. Quizá nuestro sitio es el centro.

"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos a encontrarnos"

20.2.12

2 + 2 = 5

Empiezo a cansarme de este viaje continuo al futuro, planeo escapar de mí mismo para meterme en ti en un viaje de solo ida y conseguir parar el tiempo. Divago por el laberinto de la mano de una cuerda por si me arrepiento y quiero salir, pero para llegar al fondo tendré que soltarla. Al fondo del laberinto. Ella, el molde roto de la perfección, roto para que esos de ahí fuera nunca sospechen que ella es la perfecta y no esos ojos azules y caras simétricas que les dieron los genes, belleza común, belleza sin mérito, que a base de repetición os han convencido de que es la real. Ella es bella porque no lo intenta, ella es perfecta porque lo niega y su simetría es de cicatrices por haber recibido de los dos lados. Creer en ella era utopía. Creer en ella es nihilismo. Algún día creeré en ella. Algún día acabará el viaje.


16.2.12

Quizá.

Me he salido un momento del laberinto de inseguridades, máscaras y etiquetas, con la indiferencia como escudo y sin necesitar espada, me he escapado del diccionario para ir a verte, Señora Inefable, para intentar pillar el tren de esta oportunidad o dejar que me pase por encima de una vez, o quizá para arrancarte las pestañas y pedir un deseo por cada una que eche de mi dedo con un suspiro. Porque quizá en el universo que creemos las estrellas pidan deseos al vernos a nosotros suicidarnos, o no se pidan deseos, o la Santísima Trinidad se calcule con la fórmula del cateto y la hipotenusa. Quizá la ciencia no exista fuera de allí y no importe a qué velocidad se cae del árbol la manzana, ni quién le dio el primer mordisco a la roja, ni si Dios era en realidad la serpiente. Quizá el paraiso huela a Martini y palomitas y el infierno aún mejor, o la gente duerma en cunetas sobre un colchón de tiza en compañía de una silueta blanca, haciendo dedo intentando volver al laberinto de los conceptos y caminos definidos. Quizá tú y yo seamos laberinto y no queramos que ningún Teseo nos moleste o tú seas minotauro y yo aventurero griego rompeparedes sin paciencia para escoger camino ni concepto.

Delirios.

14.2.12

14F.

No quiero regalos. Me inventaré una alergia al chocolate, las flores y la gente arrodillada si es necesario, no quiero cajitas, arroz cayéndonos encima ni historias de naranjas mal cortadas y almas buscando al que murió durante el parto para encontrarle y convertirle en siamés. No quiero cepillos rosas en mi baño, ni violines, ni París ni Venecia, ni conocer tu ciudad ni a tus padres, no creo en castillos ni en princesas que necesiten besos para despertar, no quiero blandeces, no te adaptes a mí ni te erosiones con los choques, ni te enfades por la distancia de seguridad que querré de vez en cuando. Qué nuestras manos no encajen, qué mi hombro no te sea cómodo, qué odies cómo bailo, qué odies cómo escribo, qué te rías de cómo hago todo. No quiero saber el nombre de tus futuros hijos, ni que lleven mis apellidos y su padre lleve mi nombre. No quiero exclusividades, quiero alquiler con opción a compra nunca llevada a cabo, no quiero escribirte solo a ti, no quiero amores con complejo de jaula con los posesivos y el verbo tener como barrotes. No quiero obviedades, ni golpes de estado de ánimo algún 14F, quiero que vistas de rojo y negro todos los días del año menos hoy, que entiendas que nuestra relación si algún día es, será a tres, que no pienso abandonar a Soledad por ti, ni bailar Joy Division agarrados, ni acordarme de ti escuchando algún grupo romántico de los ochenta. Pero que tengas claro que si hay algo que quiero es a ti y a este puto miedo a tu potencial de cambiar todo lo antes dicho.


12.2.12

Hoy te he visto.

Hoy me has despertado bajo las sábanas como tú solo sabes y me has hecho el desayuno, pero no lo trajiste a la cama porque dices que se llena de migas y lo odias, me has leído ese libro con el que estás ahora, subrayando cada cosa que te recordaba a nosotros, mientras yo te apartaba el flequillo y te reías de cómo te miraba, me llamabas enamorado para picarme y metías un dedo en cada hoyuelo. Hemos comido juntos nosequé con orégano y yo he dicho que estaba rico antes de probarlo, te he atacado desde atrás mientras lavabas los platos de todo el mes y me llamabas vago, con el moño hecho, cantando y bailando algo de Morrisey con ese acentazo inglés de algún barrio de Madrid que no conozco. Te he visto de camino a clase, nos cruzamos en el ascensor y hablamos sobre el tiempo que hacía que no hablábamos, mirándonos en los dos espejos parlantes, tardando media hora en darle al botón que nos bajase a la realidad, con los vecinos protestando por tener que bajar a ella todos los días por la escalera y la limpiadora desesperada intentando sacarle brillo barnizándola con idealización y agotando el limpiadecepciones. 

Me has cantado por el camino todo el repertorio de mi Ipod al oído, pasando por todos los volúmenes e intensidades, desde Feist hasta Alice, por el medio algún grupo español modernito con el "dejarse llevar" entre lineas mientras yo solo te repito el "when you coming home" de Robert y que hace frío ahí fuera pero calor aquí dentro y que con eso debería ser suficiente. Te has sentado a mi lado en el bus en el que solo iba yo montado, te quejaste de que la ruta no fuese a ninguna parte y al bajarme te he encontrado en la parada y nos dimos el abrazo nervioso de la primera vez. Me cogiste de la mano. Apretón. Beso. Apretón. Sonrisa. Apretón. Carrera para llegar a clase. Y ahí estabas tú ya, en una esquina del taller, en mi esquina del taller, dónde te conté que leí aquello, o dónde otras veces me he escapado para llamarte por teléfono. Lluvia de camino a casa y al llegar me estabas esperando en la puerta para quitarme la ropa mojada, aunque fuera una excusa, porque me la habrías quitado también si estuviera seca, como rutina, como nuestras benditas monotonías no obligadas, de hacer la comida y acabar comiéndola fría o de no comer en todo el día volviéndonos autótrofos viviendo de respirarnos como alguna de esas cosas que me cuentas que ves por el microscopio mientras yo asiento como si entendiera algo. Como si entendieramos algo de todo esto, porque llego a esta cama y tú no estás, pero todavía huele a ti, incluso sin tú haber estado aquí en todo el día ni en meses... pero joder niña, hoy te he visto y seguías igual de imperfecta que el primer día que me enamoraste y dejaste el olor por todo Coruña, por todo, coruña.

5.2.12

Mayestáticamente.

Mi inocencia murió. Todos los gusanos que se comieron su cadáver se han fusionado y se han vuelto solitaria para meterse en mi estomago y devorarme desde dentro, empezando por los otros sentimientos cercanos a ella. Murió dignamente en unos columpios, poéticamente sin querer, en unos columpios desconocidos para ser más especifico, de una ciudad desconocida y en un yo desconocido abandonado en la nada por alguien que fue alguien. Pero todo está bien, se puede vivir sin ella, no es oxígeno, no es sangre, no es amor, solo es un peso que te hace caer más rápidamente en la caída que significa enamorarse en inglés. Por ahora, me mantengo saltando de nube en nube y desde aquí todo el resto parecen hormigas, tan pequeñas en comparación... que son odiosas, pero más nos odian ellas a nosotros y nos devuelven todo el odio con la ayuda de sus amigas las realidades, en forma de hostia, en forma de ella no es ella y como aún falta tiempo para que la nube sea habitable, calcularemos cómo hacer que la caída dure lo más posible y quemaremos hormigas con la lupa de la decepción mientras tanto, aunque las hormigas no tengan ninguna culpa, pero así somos los culpables sin inocencia.

3.2.12

Entre lineas.

Y ahí estoy yo, sentado contra la pared de mi habitación, leyendo a las cuatro de la mañana, con los brazos cansados de entrenar y respirando el olor a marihuana que sale de mi chaqueta mojada, tirada en el suelo en cuanto llegué de la calle. Ella duerme. Todas ellas duermen. Yo ni siquiera leo lo qué Cortázar se esforzó en pensar y algún editor en imprimir, hay demasiado ruido en mi cabeza para eso, simplemente meto los problemas del día o del mes entre las lineas y los leo con calma. Veo la cara de mi padre entre la historia del hombre que vomita conejitos y discutimos, aquella solución con la que no di en el examen se me aparece en Instrucciones para subir una escalera, facturas bajo Telegramas y entre la cocina y la habitación de la Casa tomada me encuentro con aquella chica y me pregunta por qué hice aquello. Ella despierta.

-¿Qué haces?

En ese momento hay más poesía en ella que en cualquier libro escrito por cualquiera, con todo el respeto a quien tenga que tenérselo, que él seguro que me daría la razón. En la camiseta blanca de tiras que usa para dormir, en el pelo rizoliso desordenado por la almohada, en sus ojeras a medio hacer, en la forma en la que se acerca y apoya su cabeza en mi hombro y sin palabras, solo con unos leves empujoncitos con la frente dice: "Ven a la cama, tonto" inventando su propio lenguaje morse con rizos y legañas, ojeras y bostezos y ese beso de recién despierta con mal aliento que me hace tirar el libro al suelo y que los problemas desaparezcan de entre las lineas de golpe, para huir a nosédonde y volver cuando ella no esté para echarlos.